Doce años de dictadura militar en Chile, un director de cine, Miguel Littín, figuraba en una lista de cinco mil exiliados con la prohibición absoluta de volver a su tierra.
Littín milagrosamente salvo su vida en los fusilamientos del Estadio Nacional de Chile en 1973, decide regresar al país con otra identidad, disfrazado para filmar una película poniendo en riesgo su vida y la de tres equipos de personas que lo acompañaban para tal fin. El trabajo del director duró dos semanas y filmó siete mil metros de película, inclusive algunas escenas dentro del Palacio de la Moneda. El resultado fue una película de 4 horas de duración para televisión y 2 horas para el cine.
Es aquí donde la pluma del maestro entra en acción, dado que detrás de la película había otra historia que corría el riego de quedar inédita. Por este motivo Gabriel García Márquez entrevistó a Littín en un interrogatorio agotador que duró una semana, y que concluyó en una grabación de dieciocho horas.
Si bien es un reportaje, el mismo esta cargado de investigación, respeta modismos chilenos y el pensamiento político del entrevistado.
La historia desnuda a Chile y lo nuestra tal cual es, furibundo, lleno de muerte bajo la dureza del régimen de Pinochet que intentaba mostrar al mundo otro rostro, el “Chile avanza en orden y paz” que no es más que una máscara mal confeccionada. La obra no da respiro hasta el último capítulo captando la atención, dado que el personaje principal es sometido al constante peligro de perder su vida. ¿Podemos reflexionar que al final la verdad triunfa? Es una buena pregunta que hay que descubrir una vez leído el libro. Pero la narración es más aún y se expresa muy bien en el testimonio de Miguel Littín: “Éste no es el acto más heroico de mi vida, sino el más digno” y como el maestro confiesa, en este acto está su grandeza.
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